Te levantas una mañana pensativo, deprimido, agotado física e intelectualmente, sin ganas de nada. Sin embargo, sabes que no te queda otro remedio que seguir adelante, reír, disimular, caminar, animarte y mostrar una sonrisa que pueda hacer feliz a los demás.
Te asomas a la ventana y ves el amanecer, que te muestra un día que a simple vista va a ser horrible, el cielo está encapotado, pero en esta ocasión no hay nadie que vaya a desencapotarlo por ti. Sólo podrás hacerlo tú.
Te vistes con lo primero que encuentras, porque esos días son aquellos en los que todo carece de importancia. Sales a la calle y te enfrentas a lo que está por venir y que a la vez, en algún momento tendrá su final, aunque en ese instante pueda parecer terrible e infinitamente inacabable.
Al final del día cuando vuelves a tu casa ya no te sientes tan vacío, ese hueco profundo se ha llenado por momentos. Vueles a asomarte a la ventana, el cielo ya no está encapotado. Ahora se muestra ante ti un gran arcoiris que manifiesta el resultado del esfuerzo. Ahora se abre la puerta, ahí está el comienzo.
Aunque el inicio duela, siempre habrá un final feliz; aunque los cuentos de hadas no existan, siempre habrá un príncipe más o menos azul; aunque la lámpara mágica de Aladdin no exista y no puedas mediante deseos cumplir tus sueños, siempre habrá alguien que te empuje para lograrlos; aunque hoy te sientas desganado, cansado, derrotado y sin fuerza, siempre encontrarás un motivo por el que sonreír, levantarte, reír, soñar, desear, amar, correr, caminar, lograr y alcanzar todo cuanto te propongas. Porque tú, sí tú, eres fuerte y especial y nadie debe arrebatarte lo más importante: la valentía de luchar por lo que uno quiere.
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