Era real, mi estómago lo afirmaba. No sentía mariposas al verle, sentía un ecosistema entero dentro de mí. Era todo aquello lo que me encantaba de nosotros dos: que nada había cambiado, seguíamos dispuestos a dejarnos los labios en un beso, a dejar el alma herida de tanto querernos, desgastar todas y cada una de las canciones de amor.
A día de hoy no hemos cambiado nada, seguíamos siendo unos locos, enamorados, jóvenes, tan perdidos en los ojos del otro y con tantas ganas de comernos el mundo (o a besos) que acabaremos cualquier sábado frío tirados en cualquier lugar, sin necesitar más abrigo que nuestros abrazos, y sin usar más palabras que un silencio, porque nuestros corazones están tan cerca que no necesitan palabras para entenderse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
sonrisas