miércoles, 26 de septiembre de 2012

Hay veces que cuando más necesitas a alguien o algo no tenemos a nadie ni nada.

Hay veces, justo cuando más lo necesitas, que no hay nada. No hay nada en la tele, no hay nadie con quién poder hablar, no hay música que escuchar porque todas y cada una de las canciones te recuerdan a él, no hay nada que leer, no hay vecinos a los que espiar y no puedes ahogar tu pena y rabia en comida porque… porque no. No es sábado y no puedes irte de fiesta y bailar hasta que salga el sol; y tampoco son horas porque suele ser bien entrada la noche, cuando estamos en nuestra cama tendidos, agotados, pero sin poder dormir, cuando todos nuestros pensamientos, nuestros problemas, infinitas cosas en las que no habíamos parado a pensar en todo el día… se agolpan en nuestra mente en un segundo. Y lo que más desearías en ese momento es poder dormir, relajarte, soñar… pero no puedes. Y ésta es una de esas veces que, justo cuando más lo necesitas, no hay nada. Te tienes a ti, y ante una mala noticia como la recibida ese día y sin nada más que te consuele o distraiga, no tienes nada más que unas palabras en tu mente, breves, pero intensas, que, al fin y al cabo, son mejor que nada.

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